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Written By TerrorHub
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Written By TerrorHub
Mira, te voy a contar una versión más escalofriante de esta historia, manteniendo la esencia y el contexto original, pero con ese toque de terror que estremece el alma: --- **La Casa de Mi Infancia** Llegamos a este barrio cuando yo apenas tenía tres añitos. Era de esos lugares donde todavía se veían terrenos baldíos entre las pocas casas que iban levantando. Un pueblito tranquilo donde todos nos conocíamos, donde mi mamá me dejaba solita sin preocuparse porque, pues, ¿qué podía pasar?
Apenas pasaban carros por estas calles polvorientas. Tenía yo como cuatro años cuando pasó. Mi mamá había ido por mi hermana mayor al kínder, dejándome sola como siempre.
Pero ese día... ay, ese día todo cambió. Cuando regresó, me encontró afuera de la casa, temblando como hoja y con los ojitos hinchados de tanto llorar. "¿Qué te pasó, mi niña? ¿Qué tienes?" me preguntaba mi mamá, toda asustada.
Entre sollozos le conté que una señora se había metido a la casa. Una viejita que me miraba raro, que se me quedaba viendo fijamente desde la cocina sin decir nada. Mi mamá, pálida como papel, me empezó a preguntar cómo era.
Cuando se la describí —el cabello blanco amarillento, los ojos hundidos, ese vestido negro que olía a flores marchitas— mi mamá se quedó helada. "Ay, mi niña... era tu bisabuela. Mi abuelita que murió hace dos años." Me enseñó una foto vieja, de esas que se ponen amarillas con el tiempo. Sí, era ella.
La misma sonrisa torcida, los mismos ojos que parecían ver más allá de ti. Desde ese día, algo cambió en mí. Ya no podía estar sola sin sentir que alguien me observaba desde las sombras.
**El Examen de Quinto** Pasaron los años sin novedad, hasta que cursaba el quinto de primaria. De la nada, caí enferma. No era gripa ni nada conocido.
Era como si algo me estuviera chupando las fuerzas. Un mes completo sin ir a la escuela, mi mamá yendo y viniendo con tareas que una compañerita me mandaba. Un día, el maestro mandó decir que fuera nomás a presentar un examen final.
"Que venga la niña aunque sea media horita," decía el recado. Esa noche, mientras intentaba estudiar, empecé a sentir ese frío conocido. Ese frío que te cala hasta los huesos y que no se quita ni con cobijas.
El aire se me fue de golpe. Intenté gritar pero mi voz se ahogaba en mi garganta. Mi hermana hablaba por teléfono en el cuarto de al lado, riéndose, ajena a mi terror.
Mi mamá veía la novela en la sala. Y yo... yo me moría solita en mi cuarto. Todo se volvió negro.
Después, blanco. Un blanco cegador que lastimaba los ojos. **La Habitación Blanca** Estaba en un cuarto sin ventanas, sin puertas visibles.
Solo paredes blancas que parecían respirar. Y ahí, sentada en una banca igual de blanca, estaba ella. Mi bisabuela.
"Ven acá, mi niña," me dijo con una voz que no era la de las abuelas cariñosas. Era una voz seca, como hojas muertas arrastrándose por el piso. No sé por qué, pero corrí a abrazarla.
Olía a tierra mojada y a flores de muerto. Su abrazo era frío, sus manos huesudas se clavaban en mi espalda como garras. "Ya me tengo que ir, bisabuela. Tengo examen mañana," le dije, sintiendo un miedo que me subía desde la panza.
Fue cuando me apretó la mano con una fuerza que no debería tener una viejita. Sus uñas, largas y amarillas, se enterraban en mi piel. "¿A dónde vas a ir, mi niña? Si yo vine por ti." Su cara... Dios mío, su cara empezó a cambiar.
La piel se le fue estirando, los ojos se le hundieron más, y su sonrisa... esa sonrisa se extendió hasta casi llegarle a las orejas. "¡Déjame ir! ¡Por favor!" le rogaba mientras una puerta blanca aparecía de la nada. Corrí, pero era como correr en melaza.
Cada paso me costaba un mundo. Cuando por fin alcancé la manija, ella la cerró de golpe. Su risa no era humana.
Era el sonido de vidrios rotos, de uñas en pizarrón. "Nunca debiste abrazarme, tontita. Nunca se abraza a los muertos." **Entre la Vida y la Muerte** De pronto, me vi desde arriba. Mi cuerpo estaba en la cama, morado, con los labios azules.
Mi mamá entró al cuarto y el grito que pegó todavía me retumba en los oídos. Me tomó entre sus brazos, me sacudía, me suplicaba que regresara. Mi hermana corría a llamar la ambulancia mientras yo, desde ese lugar entre la vida y la muerte, le gritaba a esa cosa que tenía la forma de mi bisabuela: "¿Por qué? ¿Qué quieres? ¿Por qué le haces esto a mi mamá?" Solo se reía.
Pero en un descuido suyo, cuando volteó a ver mi cuerpo moribundo con una expresión de hambre en su rostro deforme, logré escapar. Corrí hacia mi cuerpo y sentí cómo el aire entraba de golpe a mis pulmones. El dolor era insoportable, pero estaba viva.
**El Terror Continúa** En secundaria volvió a pasar, pero peor. Esta vez su voz era gutural, como si hablaran varias personas a la vez. Su cara... ya no era humana.
Era una máscara de piel estirada sobre algo que no debería existir. "Ya es hora, niña. Ya me cansé de esperar." Esa vez estuve muerta por minutos. Mi familia dice que no respiré por casi cinco minutos.
Que cuando volví, grité tanto que los vecinos salieron asustados. **La Duda que Carcome** Años después, un psicólogo me hizo la pregunta que me quitó el sueño para siempre: "¿Y si nunca fue tu bisabuela? ¿Y si fue algo que tomó su forma para engañarte?" Mi hermana jura que no recuerda nada. Que tal vez lo imaginé todo.
Pero yo sé lo que vi. Y lo peor... lo peor es la foto. Esa foto amarillenta de mi bisabuela que mi mamá guarda en el álbum familiar.
Cada vez que la veo, juro por la Virgencita que su cara es diferente. Los ojos están más hundidos, la sonrisa más torcida, y a veces... a veces parece que me está mirando directamente, esperando. Un amigo la vio una vez y salió corriendo de mi casa.
"Esa cosa en la foto no es humana," me dijo temblando. "Sea lo que sea, te está esperando." Y yo sé que es verdad. Porque en las noches sin luna, cuando el silencio es tan pesado que duele, puedo sentir su presencia en la esquina de mi cuarto.
Esperando. Siempre esperando. ¿Era mi bisabuela tratando de llevarme con ella?
¿O era algo más antiguo, más oscuro, que usó su forma para intentar robarme el alma? Ya no duermo con las luces apagadas. Ya no puedo ver fotos viejas sin temblar.
Y cada vez que alguien menciona a los muertos, siento ese frío conocido subiéndome por la espalda. Porque ella sigue ahí. Esperando en esa habitación blanca.
Y sé que un día, cuando baje la guardia, volverá por mí.